
Saber si la locura viene necesariamente en el paquete de arte es un dilema difícil de dilucidar. Sea como fuere, el artista es un ser especial y necesita que lo traten como tal : Carlos Regazzoni es el mejor ejemplo.
Apenas bajó del avión agarró al intendente -literalmente - de taxista y Ferreira estuvo dos días dedicado casi full time a las demandas del excéntrico hombre.
Como será, que pidió conferencia de prensa en el barco hundido con salamines a las 10 de la mañana.
Lo que es basura para el ferrocarril es inspiración para Carlos Regazzoni.
Con las partes de un tren el artista esculpió un tiranosaurio que tiene como mortífera dentadura dos líneas de estacas alguna vez usadas para ajustar durmientes. Y de chatarra son las hormigas gigantes y el cocodrilo que rodean su estudio ubicado en un viejo vagón en el centro de Buenos Aires que, como no podía ser de otra forma, se levanta junto a las vías.
Su estudio es un vagón abandonado ubicado a metros de la estación de tren de Retiro, una de las más populosas de Buenos Aires, que conecta la capital con los suburbios del norte de la provincia.
¿Cómo nace el arte en galpones ferroviarios? Una anécdota del sofisticado maniobrador de metales mantiene latente la historia del lugar. “Fui al Centro Cultural Recoleta a realizar una exposición de mis pinturas y el director, por ese entonces Levinson, me dijo que yo era un problema y me echó”, cuenta Regazzoni con aire rencoroso.
Aunque su aspecto puede incomodar a más de uno…su filosofía de vida hace que su apariencia sea despreocupada, por eso la opinión externa no le causa problema alguno. Una camisa semi-abierta, sucia de soldar esculturas, rulos que parecen haberse creado luego de meter los dedos en el enchufe y un carácter fuerte y acentuado a lo italiano, crean a un personaje que se fue fortaleciendo entre grúas y soldadoras, tuercas y caños, chapas y tornillos.

Pero al pasar por los galpones de Retiro, conoció a Néstor Rubiolo -jefe de los mismos- y le comentó que necesitaba dejar todos sus trabajos en algún lugar. Desde ese momento en adelante, Regazzoni le dejaría su vida en sus propias manos, según definió a su arte.
Rubiolo, entonces, le prestó un galpón desocupado por un par de meses. Sus obras se fueron acomodando en el galpón salvándose de conocer el fondo del río.
Más de 5 mil obras se cotizan hoy internacionalmente. Su segundo país es Francia. Viajó por primera vez en 1992 de la mano del videasta francés Franck Joseph, quien presentó un video documental de su obra en Argentina y obtuvo el primer premio en el 4° Festival Internacional del Film Ferroviario de Vendome.
A partir de ese momento, Regazzoni sostuvo una relación cultural paralela con su país natal y Francia, donde le abrieron las puertas para exponer sus obras brindándole un lugar de trabajo similar al de Argentina.
Hace alrededor de ocho años que están instaladas cuatro esculturas ferroviarias sobre la Avenida Del Libertador (esquina Suipacha) por la Municipalidad de Buenos Aires. En el Aeropuerto Internacional Ezeiza, sus murales. Los “petrosaurios” en Neuquén y el “bridasaurio” en Santa Cruz.
El artista de 61 años trabaja en su mayor obra: un toro con cuernos forjados con viejos tubos de metal. Pero el material parece estar dispuesto a resistir los golpes y Regazzoni no puede evitar maldecir por lo bajo mientras martilla.
En el estudio también hay una iguana, cuya piel fue fabricada con pedazos de cadenas, y otras rarezas entre ellas la escultura de la Virgen de Luján, patrona de Argentina elaboradas con restos de cajas registradoras y máquinas de escribir.
"Como yo en el fondo soy un mecánico, un herrero, fue fácil comenzar con la escultura. Porque la escultura hecha con chatarra y con materiales nobles como los de la época de la Revolución Industrial exige una predisposición de mecánico", dice Regazzoni, que en sus primeros años como artista se dedicó a la pintura.
Durante la revolución industrial, los británicos construyeron en Argentina una enorme red ferroviaria para conectar los puertos con los centros de producción. Eran épocas de bonanza económica, cuando el país se ubicaba entre las diez naciones más ricas del mundo.
Riqueza que se agotó finalmente a inicios de 2002, cuando la pobreza alcanzó al 40% de los 36 millones de habitantes y las viejas líneas férreas se convirtieron en virtual chatarra ambulante.
Eso suministró abundante materia prima a Regazzoni, quien declara que el arte no tiene ningún fin práctico más que dotar al hombre del sentido de la estética.
"El arte no es utilitario. No puedo beber un cuadro, acostarme arriba de un cuadro, taparme con él. No es como un plato, un coche, como un objeto utilitario. Sí sirve para que los hombres presientan el sentido de la belleza", dice.
"No cobrar un puto peso por lo que uno hace es una injusticia, porque en el mundo mercantilista todos cobran, y los únicos idiotas que no pueden cobrar son los artistas, que en la Argentina están desamparados y luchando contra la incomprensión de la sociedad".

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