ROSCO WORLD

miércoles, septiembre 27, 2006

CARLOS REGAZZONI

Saber si la locura viene necesariamente en el paquete de arte es un dilema difícil de dilucidar. Sea como fuere, el artista es un ser especial y necesita que lo traten como tal : Carlos Regazzoni es el mejor ejemplo.

Apenas bajó del avión agarró al intendente -literalmente - de taxista y Ferreira estuvo dos días dedicado casi full time a las demandas del excéntrico hombre.

Como será, que pidió conferencia de prensa en el barco hundido con salamines a las 10 de la mañana.

Lo que es basura para el ferrocarril es inspiración para Carlos Regazzoni.

Con las partes de un tren el artista esculpió un tiranosaurio que tiene como mortífera dentadura dos líneas de estacas alguna vez usadas para ajustar durmientes. Y de chatarra son las hormigas gigantes y el cocodrilo que rodean su estudio ubicado en un viejo vagón en el centro de Buenos Aires que, como no podía ser de otra forma, se levanta junto a las vías.

Su estudio es un vagón abandonado ubicado a metros de la estación de tren de Retiro, una de las más populosas de Buenos Aires, que conecta la capital con los suburbios del norte de la provincia.

¿Cómo nace el arte en galpones ferroviarios? Una anécdota del sofisticado maniobrador de metales mantiene latente la historia del lugar. “Fui al Centro Cultural Recoleta a realizar una exposición de mis pinturas y el director, por ese entonces Levinson, me dijo que yo era un problema y me echó”, cuenta Regazzoni con aire rencoroso.

Aunque su aspecto puede incomodar a más de uno…su filosofía de vida hace que su apariencia sea despreocupada, por eso la opinión externa no le causa problema alguno. Una camisa semi-abierta, sucia de soldar esculturas, rulos que parecen haberse creado luego de meter los dedos en el enchufe y un carácter fuerte y acentuado a lo italiano, crean a un personaje que se fue fortaleciendo entre grúas y soldadoras, tuercas y caños, chapas y tornillos.

“Entonces cargué mis pinturas en un camión -sigue contando el artista- y me dirigí directamente hasta el Riachuelo, donde pensaba tirar todas mis obras”.

Pero al pasar por los galpones de Retiro, conoció a Néstor Rubiolo -jefe de los mismos- y le comentó que necesitaba dejar todos sus trabajos en algún lugar. Desde ese momento en adelante, Regazzoni le dejaría su vida en sus propias manos, según definió a su arte.

Rubiolo, entonces, le prestó un galpón desocupado por un par de meses. Sus obras se fueron acomodando en el galpón salvándose de conocer el fondo del río.

Más de 5 mil obras se cotizan hoy internacionalmente. Su segundo país es Francia. Viajó por primera vez en 1992 de la mano del videasta francés Franck Joseph, quien presentó un video documental de su obra en Argentina y obtuvo el primer premio en el 4° Festival Internacional del Film Ferroviario de Vendome.

A partir de ese momento, Regazzoni sostuvo una relación cultural paralela con su país natal y Francia, donde le abrieron las puertas para exponer sus obras brindándole un lugar de trabajo similar al de Argentina.

Hace alrededor de ocho años que están instaladas cuatro esculturas ferroviarias sobre la Avenida Del Libertador (esquina Suipacha) por la Municipalidad de Buenos Aires. En el Aeropuerto Internacional Ezeiza, sus murales. Los “petrosaurios” en Neuquén y el “bridasaurio” en Santa Cruz.

El artista de 61 años trabaja en su mayor obra: un toro con cuernos forjados con viejos tubos de metal. Pero el material parece estar dispuesto a resistir los golpes y Regazzoni no puede evitar maldecir por lo bajo mientras martilla.

En el estudio también hay una iguana, cuya piel fue fabricada con pedazos de cadenas, y otras rarezas entre ellas la escultura de la Virgen de Luján, patrona de Argentina elaboradas con restos de cajas registradoras y máquinas de escribir.

"Como yo en el fondo soy un mecánico, un herrero, fue fácil comenzar con la escultura. Porque la escultura hecha con chatarra y con materiales nobles como los de la época de la Revolución Industrial exige una predisposición de mecánico", dice Regazzoni, que en sus primeros años como artista se dedicó a la pintura.

Durante la revolución industrial, los británicos construyeron en Argentina una enorme red ferroviaria para conectar los puertos con los centros de producción. Eran épocas de bonanza económica, cuando el país se ubicaba entre las diez naciones más ricas del mundo.

Riqueza que se agotó finalmente a inicios de 2002, cuando la pobreza alcanzó al 40% de los 36 millones de habitantes y las viejas líneas férreas se convirtieron en virtual chatarra ambulante.

Eso suministró abundante materia prima a Regazzoni, quien declara que el arte no tiene ningún fin práctico más que dotar al hombre del sentido de la estética.

"El arte no es utilitario. No puedo beber un cuadro, acostarme arriba de un cuadro, taparme con él. No es como un plato, un coche, como un objeto utilitario. Sí sirve para que los hombres presientan el sentido de la belleza", dice.

"No cobrar un puto peso por lo que uno hace es una injusticia, porque en el mundo mercantilista todos cobran, y los únicos idiotas que no pueden cobrar son los artistas, que en la Argentina están desamparados y luchando contra la incomprensión de la sociedad".

Regazzoni cree que a través del arte tanto el artista como el espectador pueden añadir "algo a su vida, algo poderoso", que les permite trascender la mundanal monotonía.

Por ello algunas de sus obras son como una versión irónica de la enajenación de la gran ciudad.

Diez hormigas gigantes y perfectamente alineadas trepan un cartel publicitario ubicado junto a una autopista que, también como hormigas, miles de automovilistas recorren cada día para ir de su casa al trabajo y de regreso a su hogar, sin tiempo para detenerse a mirar el cielo.

En medio de ese paisaje urbano Regazzoni ha construido su estudio, más parecido a una granja que un atelier.Cerca del viejo vagón que funciona como su hogar cría gallinas que le proveen huevos frescos, cocina platos simples en una vieja estufa de hierro forjado y hornea pan en un horno de barro.

Regazzoni divide su tiempo y sus obras entre Argentina y otro taller cercano a una estación de tren de París.

El "artiste sculpteur", como lo describe su tarjeta de presentación en francés, ha exhibido su trabajo en lugares tan lejanos como Japón y se ha vuelto el favorito de coleccionistas y estrellas. El actor Antonio Banderas, por ejemplo, tiene varias de sus obras decorando sus mansiones de Estados Unidos y España.

De vez en cuando realiza presentaciones públicas, en la Patagonia, donde vivió durante su juventud, una colección de sus dinosaurios de chatarra, llamados "Los Petrosaurios", se levantan sobre el páramo.

Pese a su actitud ermitaña Regazzoni asegura que no es un artista solitario.

Dice que le gusta que la gente se arremoline a su alrededor, como el asistente que toma fotografías a sus obras y las digitaliza en una computadora, el ayudante que le acerca la chatarra en una carretilla, los estudiantes de arte que llegan a él para aprender a esculpir o los visitantes cautivados por el espíritu de sus creaciones.

"Hay muchos artistas que dicen que necesitan recluirse para crear. Yo también lo decía hace algunos años y después me di cuenta que era una mentira. Una vez un borracho me dijo 'Yo a este cuadro lo puedo mejorar'. Le di unos pinceles ¡y lo mejoró de verdad!", agrega, mientras sale apresurado de su estudio dejando a los visitantes en compañía de sus temibles criaturas.

"Este es un pueblo que no tiene industrias y seamos realistas, acá no para nadie. Tiene unas playas de la gran puta, pero yo las veo vacías. No hay turismo, pasan de un lado para otro, pero acá no para nadie. Y bueno, esta es una oportunidad para que exista en el mapa. ¿Por qué no discutimos cómo hacemos para que exista a partir del arte? Lo cual es maravilloso, porque el arte tiene una dimensión poderosa. En Francia el 40 por ciento del producto bruto va a la educación ¿es porque los franceses son idiotas?".